jueves, diciembre 23, 2004

Vértigo, que el mundo pare...

El tiempo pasa, pasó, cura, lastima, lima, corrige, retrasa.
Vértigo...

Nos quedamos inmóviles, y el tiempo sigue pasando alrededor nuestro. Nos quedamos inmóviles y retrocedemos, a la par del tiempo que nos lleva hacia atrás, que adelanta los relojes que no miramos, que aclara las cabelleras de aquellos que todavía no somos capaces de amar, que hace más marcados los caminos que alejan de nuestra puerta a aquellos a quienes nunca nos animaremos a amar, que pone en nuestra piel arrugas y en nuestras fuerzas un freno.

El tiempo que pasa y nos limita cada vez más, a la vez que nos cambia, nos modifica, nos hace distintos. Y siempre los mismos. Estáticos, con un mundo que cambia constantemente alrededor nuestro. Un mundo con el que no siempre estamos en contacto, al que no siempre entendemos y que no siempre nos entiende. El mundo donde viven aquellos que nunca amaremos, aquellos que nunca nos entenderán y aquellos que nunca olvidaremos. El mundo en el que alguna vez vivimos, y que por alguna oculta razón un día nos expulsó de sí. El mundo en el que el tiempo manda, el mundo en el que los relojes avanzan sin parar, el mundo en el que todo se sucede, un evento tras otro, sin dar tiempo a vivir.

Lo cierto es que si pudiera volver a vivir en ese mundo, entendería la lógica del tiempo, que hoy por hoy me parece indescifrable. Entendería por qué a medida que el tiempo pasa hay tanto de mí que cambia tanto, y hay muchísimo más de mí que sigue igual. Igual ayer que hoy y que mañana. Siempre igual. Siempre yo.