Y volver a la palabra. A la palabra como medio, a la palabra como fin. La palabra como transporte y como destino. Como meta y punto de partida. La palabra en sí misma, desnuda, despojada de toda otra intención más que expresar. Volver a ese deseo, a ese anhelo nuevo y tan antiguo. Expresar, sacar afuera, despojarme, desnudarme, darme a conocer (y sobre todo, darme a amar).
¿Por qué será que tenemos esa necesidad? ¿Por qué será tan feurte el deseo de concer y dejarnos conocer? ¿Qué hay atrás de tanta necesidad de amor? ¿Será una gran carencia o una inmensa capacidad? ¿No son lo mismo? Sólo puede amar el que sabe ser amado, y sólo puede ser amado el que se sabe imperfecto, incompleto, el algún punto hueco, vacío, con ganas de más. El que se siente conforme con como es, ese no sabe amar, no puede. Porque ya se basta a sí mismo. Sin embargo, tampoco suena muy bien que amar a alguien sea necesitar algo o exigir algo de él. No suena a que esté bien eso. El amor debería ser gratuito, y sin embargo, nos recompensa. Aunque no lo pidamos, aunque no lo esperemos, siempre vuelve. Y nos devuelve lo entregado.