lunes, diciembre 14, 2009

Cauce de río

¿Y si de nuevo estuviera empezando a caer en algo parecido a aquello? ¿Y si esto fuera una nueva trampa? ¿Tendría sentido querer escapar del mismo modo, con los mismos mecanismos con los que aquella vez fracasé? ¿No me convendría más bien tratar de huir de mi misma? ¿No sería mejor intentar no ser yo? Esa intangible posibilidad de ser no siendo. De vestir el mismo cuerpo, sin que sea ya mi cuerpo. De desligarme de este bagaje de experiencias pasadas que me ata a un modo improductivo. ¿No se puede hacer eso? Soltar todo lo que fui hasta hoy y ser. No siendo yo, ni otra persona, simplemente ser. Ser una mujer de 25 años, así en abstracto. Donde lo único que marque esa edad sean las canas y los principios de arrugas, pero ninguna experiencia. Un cuerpo puramente sensitivo, simple materia informada. Sin recuerdos afectivos, sin sensaciones pasadas, sin un mapa aprendido de su tacto y relieves. Y así también sea la mente. Con lenguaje, con lucidez, con raciocinio e inteligencia, pero en blanco. Sin memoria, sin preconceptos, sin experiencias personales particulares. Sólo las experiencias propias de alguien de esta edad: que el fuego quema, que el agua moja, que la tierra ensucia y que el aire seca. Que los pájaros vuelan, los peces nadan y los gatos caminan y trepan árboles. Pero no mucho más que eso. Capaz si me librara de esta carga afectiva y emocional, de esta inseguridad y esta necesidad de ganarme a los demás, de esta competitividad por ser la mejor y la más buena. Capaz si me librara de todo esto y me convirtiera en un simple envase vacío (o una especie de cuaderno nuevo) tal vez entonces podría vivir más fluidamente y transcurrir de manera más suave, más afable. Podría razonar más claramente, podría amar más libremente, más gratuitamente. Sería como un río, como el lecho de un río. Si tengo ese cauce lleno de piedras, ramas y troncos, el agua fluye más entrecortada, más abruptamente y con un gasto de energía mayor y a la vez más disperso. Por el contrario, si se limpia ese cauce, el caudal de agua ganaría en vigor y focalización. La fuerza estaría empleada en ir hacia delante, hacia el mar, y no se perdería en esquivar obstáculos. Será un curso de agua tranquilo y sereno, aunque poderoso. ¿Podrá ser así conmigo?

Sin embargo, un río como el segundo suena más a canal, represa o hasta simple canilla, que a río. Y lo que más me gusta del agua es verla saltar entre las piedras, cantando historias de cauces previos. Encuentro mucha más belleza en un arroyo saltarín y pedregoso, que en un manso y disciplinado chorro de agua. ¿Puede la belleza valer tanto dolor y complicación?

(Clase sumamente útil e iluminadora de Textos de Filosofía Moderna – 10-VI-2009)