Cuando se parte de una antropología y una metafísica realista, la libertad consiste en ocupar el lugar que le corresponde, desplegando la propia esencia, y ahí uno se plenifica. La libertad se inflama y se yergue. Uno es plenamente libre (y por lo tanto, feliz) cuando encuentra su lugar en el mundo y lo ocupa. En otras palabras, conócete a ti mismo y sé lo que eres. Pero ese es el punto de llegada, más allá de que lleguemos o no a conocer lo que debemos ser y serlo, lo importante es no dejar de buscarlo. Esa es la actitud con la que debemos vivir, la búsqueda constante debe guiarnos siempre. Podemos equivocarnos, podemos errar el camino, podemos caer o darnos la cara contra una pared, pero nunca podemos dejar de buscar. Porque en el instante mismo en que frenamos, morimos. Lo propio de la vida es el movimiento, el crecimiento, el despliegue. Es importante no olvidar esto porque la sociedad, el mundo entero casi, ha sido estructurado de tal manera que no hace falta demasiado esfuerzo para ser un individuo productivo y funcional. Sin necesidad de tomar mucha conciencia de la maravilla y el misterio de la propia vida, podemos salir adelante y hasta ser "exitosos" a los ojos de los demás. Pero hay que tener cuidado. No hay miseria más grande ni tristeza más honda que llegar a ser quien no somos. No hay angustia más opresiva que la que nace de ser otra persona, de negar la propia esencia, la propia identidad. Claramente no se trata sólo de "descubrir" una identidad que está ahí y se nos esconde. Hay algo dado, sí, desde luego, pero la identidad es, sobre todo, una tarea; algo a construir. Una tarea que exige toda la lucidez de la que seamos capaces. Un trabajo que nos exige estar presentes.
Esta construcción no se lleva a cabo de un día para el otro, lleva toda una vida (por lo menos). Exige audacia para ver la propia verdad y aceptarla. También precisa de mucha fortaleza y perseverancia, para crecer en lo que nos falta y cambiar lo que no nos gusta (o aprender a aceptarlo si ya no se puede cambiar).
Un detalle. Esta tarea es personal, individual, plenamente "mía". Sin embargo, los demás siempre estarán ahí para salirnos al paso y darnos una identidad. A veces lo harán por amor, a veces lo harán por odio, a veces por envidia, a veces por prejuicio, a veces por simple indiferencia. Algunos nos harán mella, otros pasarán inadvertidos. Algunos podrán acertar, otros podrán tener suerte, otros errarán groseramente. Pero por más amor que tenga la definición que haga otra persona de nosotros, sin importar qué tan buenas sean sus intenciones, nunca podrán suplir nuestro propio trabajo. Los otros podrán acompañarnos, con amor podrán corregirnos, pero nunca deberían poder definirnos. Sólo pueden hacerlo si nosotros les damos ese poder, si nosotros mismos abandonamos la tarea que se nos encomendó. Sin embargo, a veces podrán hacernos ver aspectos de la propia personalidad que ignorábamos. Pero repito, eso será posible sólo si nosotros lo permitimos. Nada más difícil que pretender que alguien entienda lo que no quiere entender (no hay peor ciego que el que no quiere ver).
En definitiva, conócete a tí mismo y sé quien eres.
(A no confundir. Si uno renuncia a esta tan sagrada tarea, uno no deja de existir, uno no deja de tener identidad, pero esa identidad se construye sin uno o pese a uno. Terminamos siendo desconocidos para nosotros mismos. Y de eso que surja en esa inercia también somos responsables, porque somos responsables de la inercia misma, de renunciar, de nuestra propia ausencia. No podemos desentendernos de este trabajo que se nos encomendó).
[escrito post-final de ética - 22-02-2011]