Soledad. Viento. Silencio y frío.
Mate amargo y más soledad.
Soledad fecunda. Silencio donde se gesta el futuro.
Más bien silencio donde se gesta el presente,
donde el pasado germina y florece.
¿Que si te extraño?
Claro que te extraño.
Sería lindo tenerte acá conmigo ahora,
disfrutaría más de los mates,
de verte hablar y reír.
Disfrutaría el tenerte acá,
a un paso de mis brazos.
Pero vos ya decidiste.
Estás decidiendo por los dos
y no me dejas
mucha posibilidad de elección.
Será así como vos querés.
Pero mientras tanto,
aprovecho cada minuto para verme sin vos.
Para verme y mirarme.
Detenidamente.
Para entenderme, escucharme y conocerme.
Para ser descubrir y aprender quién soy.
Para ser quien soy.
Para ser.
Silencio fértil y soledad entitativa.
Intimidad ontológica.
Lejos del temblor de tu desabrazo.
Lejos del desenfreno y la salvajía.
Lejos del mate y la pizza.
Lejos de la Voz y aristimuños.
Lejos de escritores rusos y poetas nacionales.
Lejos de Claudia, de Gastón y de José Alfredo.
Lejos de préstamos que nadie pide.
Lejos de velas que se funden.
Lejos de calles de Palermo que nunca se cruzan.
Lejos de esquinas inencontrables,
escondidas en los pliegues del tiempo, del pasado.
Lejos de calles que se han equivocado de ciudad.
Lejos de libros con tierra y escritoras ignotas.
Lejos de amaneceres oficiando de almohada.
Lejos de canciones que hablen por mí.
Lejos de preguntas que ya no saben qué preguntar.
Lejos de tus manos que saben buscar.
Lejos de mis manos que buscan sin encontrar.
Lejos de todo, lejos de vos.
Pero cerca de mí.
(escrito el 8 de noviembre de 2006, en un banco de piedra en un parquecito de puerto madero, ahí al ladito nomás de la costanera y la reserva)
domingo, octubre 28, 2007
lunes, octubre 15, 2007
Soledad y dolor
·
El dolor, la soledad, sus miedos y la lluvia...
...y siempre una ausencia.
(...)
El dolor se había instalado en todo su sistema y no parecía querer irse, aferrado con uñas y dientes a su cabeza y garganta. Tan hondo calaban esas puntadas que llegaban al centro mismo de su médula. Y allí mismo en su garganta, entre las garras del dolor, anidaban también sus miedos, esos que hoy eran su única compañía.
El dolor, la soledad, sus miedos y la lluvia...
...y siempre una ausencia.
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