¿Alguien sabe cómo? Se preguntaba una y otra vez. ¿Alguien sabría cómo arrancarse ese dolor que le traspasaba desde la punta del pie hasta lo más hondo del pecho? Esa daga, ese rasgar de virdrios molidos, ese destrozar propio de las garras de fieras salvajes. Ese dique que se le derrumbaba en la garganta, que ahora quedaba anegada por tanta angustia acumulada. ¿Sabría alguien superar esas cosas? ¿Habría alguien que hubiera podido convertir la herida en cicatriz? Y si lo había, ¿cómo no había dejado las instrucciones claramente anotadas?
Y es que ella se sentía así, atravesada, rasgada, partida al medio, en carne viva, despellejada...
Y ella sabía que no tenía que seguir escondiéndose tras la tercera persona, hace rato ya que había decidido no volver a eso, a ese antinatural desdoblamiento de su personalidad. Como si fuera dos, como si fuera muchas. Tal vez así se sintiera menos el dolor, tal vez así podría matar a la que siempre lloraba y sufría. Pero no. Al fin y al cabo todas eran ella y todas sufrían cuando ella sufría. Es por eso que había decidido dejar de lado eso de escribir en tercera persona.
Es por eso que ya no quiero escribir más así. Porque hoy me duele a mí.
Y me duele más que vos ni te enteres...