Se me anuda en la garganta una ausencia.
Ausencia de palabras que nadie inventó,
verbos que no sé escribir, adjetivos que no existen.
Se me hace el alma una tarde de domingo
y no sé cómo agregarle un poco de plaza y hamacas.
No, sólo lluvia, domingo, viento y frío. Y ausencia.
Tanta ausencia, tanta soledad que ya ni el recuerdo me acompaña,
ni nostalgia tengo siquiera.
Si por lo menos este dolor de garganta fuera por el pasado,
si al menos fuera por lo apostado y perdido,
si al menos tuviera una figura a quién extrañar,
algo que evocar,
un mínimo tinte azulado que tiñera un poco el gris...
Pero no.
Es un ruido sordo, un grito huérfano de voz.
Y lo tengo acá, en este punto exacto entre las clavículas,
sí, acá, en este hueco arriba del esternón,
en este pocito donde mi cabeza pretende unirse a mi pecho.
Pretende, pero no lo logra...
ese puente nunca se terminó de construir,
y así va mi corazón por un lado y mi cabeza por otro.
Ajenos uno del otro.
Y este dolor es llanto estancado.
Es palabras calladas.
Es silencio forzado.
Es una ausencia.
Es nada.
Ya ni es.
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