martes, julio 18, 2017

Viva

Lo primero que sintió fue la oscuridad. Es raro, antes tampoco veía nada, estuvo años sin ver nada, pero ahora veía oscuridad, densa, impenetrable, pero la veía, la percibía, casi la palpaba. Luego de la oscuridad sintió el frío, se le clavaba en el pecho un puñal de aire helado. La dejaba sin aliento, pero al menos lo sentía. Sentía.

Después vino el dolor.

Y si todo ese tiempo creyó haber estado muerta, entendía que era ahora que estaba muriendo. Ese dolor que la desgarraba no podía ser otra cosa que la mismísima muerte arrancándola de donde sea que hubiera estado aletargada tantos siglos. Era como si sus propios huesos estuvieran recubiertos de espinas y púas, destrozando desde dentro músculos, nervios y piel. Era una agonía interminable.

Pero no estaba muriendo. Al poco tiempo el dolor fue cediendo, junto con la oscuridad, el frío y el silencio, y empezó a sentir voces, muy a lo lejos, casi inaudibles, pero sin duda eran voces humanas. Estaba intentando distinguir qué decían aquellas voces cuando se dio cuenta de que ya no tenía frío. Ese dolor que la torturaba hacía unos instantes ahora era una tibieza esparciéndose por cada célula de su cuerpo. Luego vio en el fondo de aquella habitación una claridad, muy pequeña al principio, pero que se fue definiendo a medida que sus ojos se acostumbraron a la luz. Había una puerta. De ahí venían las voces, la luz, incluso algo de música, y se dio cuenta de que no había muerto. Al contrario, después de muchos siglos de frío, dolor y ausencia, ahora estaba viva. Decidió que no se lo iba a perder y, todavía un poco entumecida y a los tumbos, caminó torpemente hacia la puerta y salió de su sepulcro.

(17 de julio de 2013)

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