El tiempo sigue pasando, y todo se torna tan distinto, tan lejano. Lo que vivimos queda allá atrás, cristalizado, como pintado. No parece vivido. Es más bien un cuadro, una pintura que colgamos en nuestra memoria. Yo sigo queriendo despertar las pinceladas y hacerlas revivir. Quiero darle movimiento a todo lo que fuimos, dijimos e hicimos. Quiero volver a verte, volver a encontrarte, volver a enamorarme, volver a enamorarte. Quiero que nos veamos como antes. Quiero que seamos uno otra vez. Quiero abrazarte y que me abraces.
Quiero darte lo que soy y recibir lo que sos.
Aunque sea poco, es todo.
Pero como siempre que busco imposibles, la realidad me golpea duramente. Y las pinceladas no se mueven, no cambian, no se inmutan. Sigue ahí, tan fijas como siempre, tan duras, tan estáticas. Y cada vez más descoloridas, cada vez más muertas, cada vez más borrosas.
Y junto con mis recuerdos, soy yo misma la que me desdibujo. Me desarmo, cambio, muto. Y ya no soy yo. Soy otra, con mi rostro, con mis gestos, con mi color de voz. Pero otra. Tan distinta y tan igual.
Creo que hoy no te buscaría, creo que hoy no te miraría, creo que hoy no me abrazaría a vos. Creo que no.
viernes, agosto 27, 2004
jueves, agosto 19, 2004
Todo esto soy yo, un gran signo de pregunta...
Soy fría, soy nieve, soy racionalista, previsora y calculadora.
Soy fuego, soy impulsividad pura, soy calor y llama.
Soy entrega y soy reserva.
Soy mía, soy tuya, soy de los dos, y no soy de nadie.
Soy libre y esclava de mis miedos.
Soy un secreto gritado a los cuatro vientos.
Estoy acá, pero no siempre me ves,
tus ojos se encuentran conmigo,
pero no siempre es a mí a quién mirás.
Y cuando me ves, no siempre estoy acá,
recorrés mi cuerpo, pero yo no estoy.
Voy y vengo.
Soy un millar de contradicciones conjugadas en mí.
Soy luz y soy oscuridad.
Soy todo y soy nada.
Soy excelencia, soy grandeza y soy bajeza, soy miseria.
Soy pura sinceridad y pura hipocresía.
Soy preciosa y soy horrible.
Soy lo más extraordinario y soy lo más mediocre.
Soy el frío de una noche lluviosa,
y soy la tibieza de un día de sol.
Puedo darte frío y calor.
Puedo ser ternura o indiferencia.
Y soy canto y soy silencio.
Soy voz, soy manos y soy mirada.
Soy puro oídos, y soy sorda.
Sigo siempre igual, y cada día tan distinta,
tan lejos de donde estaba ayer, pero tan igual.
Soy misterio y soy un libro abierto,
no hay nada más simple que yo,
y tampoco nada más complejo.
Soy tan obvia... y ni yo me entiendo.
¿Y vos? ¿Me entendés? ¿Sabés quién soy? ¿Sabés cómo siento?
¿Conocés el idioma en el que te estoy hablando?
Soy fuego, soy impulsividad pura, soy calor y llama.
Soy entrega y soy reserva.
Soy mía, soy tuya, soy de los dos, y no soy de nadie.
Soy libre y esclava de mis miedos.
Soy un secreto gritado a los cuatro vientos.
Estoy acá, pero no siempre me ves,
tus ojos se encuentran conmigo,
pero no siempre es a mí a quién mirás.
Y cuando me ves, no siempre estoy acá,
recorrés mi cuerpo, pero yo no estoy.
Voy y vengo.
Soy un millar de contradicciones conjugadas en mí.
Soy luz y soy oscuridad.
Soy todo y soy nada.
Soy excelencia, soy grandeza y soy bajeza, soy miseria.
Soy pura sinceridad y pura hipocresía.
Soy preciosa y soy horrible.
Soy lo más extraordinario y soy lo más mediocre.
Soy el frío de una noche lluviosa,
y soy la tibieza de un día de sol.
Puedo darte frío y calor.
Puedo ser ternura o indiferencia.
Y soy canto y soy silencio.
Soy voz, soy manos y soy mirada.
Soy puro oídos, y soy sorda.
Sigo siempre igual, y cada día tan distinta,
tan lejos de donde estaba ayer, pero tan igual.
Soy misterio y soy un libro abierto,
no hay nada más simple que yo,
y tampoco nada más complejo.
Soy tan obvia... y ni yo me entiendo.
¿Y vos? ¿Me entendés? ¿Sabés quién soy? ¿Sabés cómo siento?
¿Conocés el idioma en el que te estoy hablando?
martes, agosto 10, 2004
un poco más acerca de Vera...
Hacía un tiempo ya que Vera cerraba su corazón y su cabeza. No quería que nada ni nadie entraran allí. No quería intromisiones. Y en eso se iban sus días, en crear corazas y murallas, que luego le tomaría años derribar. Porque muy pronto iba a llegar el momento en que se iba a asfixiar allí dentro; tan herméticas eran sus defensas, que ya ni el aire podía pasar. ¿Y saben qué? Lo que más le costaba a la hora de derrumbar tanta barrera, no era la fortaleza en sí de la gran pared, sino su propio orgullo. Su orgullo le impedía destruir algo que con tanto empeño, y en tantos años de arduo trabajo había logrado construir. No podía tolerar la idea de haberse equivocado por tanto tiempo, y tan insistentemente. No podía tolerarlo. Así de orgullosa era.
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