Los días me pasan, me transcurren, me atraviesan.
Lentos, como reptando,
viscosos, espesos, húmedos, insípidos.
Aunque no sé bien,
si son los días los que pasan o si soy yo.
Si el tiempo no es más que una medida,
un número que inventamos,
entonces él no pasa.
La que pasa soy yo.
Lenta, como reptando,
viscosa, espesa, húmeda, insípida.
Paso las horas, inerte,
como esperando a alguien que sé que no va a venir,
como si por no hacer nada pudiera volver a vivir cosas pasadas,
como si por lentificar el tiempo pudiera revertirlo,
como si no viviendo cosas nuevas pudiera revivir las viejas,
resucitarlas, verlas de nuevo frente a mí, expectante.
Quizás algún día entienda que hacia atrás no hay nada.
Que lo que pasó, sólo tuvo existencia en su momento,
que cada segundo que pasa es sólo mientras pasa.
Que, como decían por ahí, cada hora viene con su muerte.
Que la única manera de vivir, de vivir en serio,
es mirando hacia delante, siempre hacia delante,
y haciéndose pedazos con cada paso, con cada minuto.
Tal vez algún día lo entienda.
Hasta entonces, seguiré en esta inercia,
seguiré acá sentada, esperando lo que sé que no va a venir,
revolviendo mi cajita de recuerdos,
creyendo que puedo encerrar el tiempo en ella,
y rogando que todo esto no sea más que un sueño.
viernes, noviembre 25, 2011
lunes, noviembre 14, 2011
Dolor
Dolor.
Angustia.
La misma angustia de antes.
Esa sin palabras, esa sin gestos,
esa angustia sin nombre ni sonido
una vez más estrecha mi garganta.
Y no hay nada por hacer,
las ausencias premeditadas son las que más duelen.
Sólo esperar.
Esperar que estas delgadas pero fuertes manos
suelten un poco mi tráquea,
me dejen liberar algo de aire,
sacar algo de lo que llevo dentro.
Dejar afuera alguna de las lágrimas que adentro
se abaten en una marejada indomable.
Sólo eso, esperar.
Pero cada segundo duele,
absolutamente cada uno de los segundos que pasan,
duele.
Sólo eso me queda.
Dolor.
Dolor y angustia.
Angustia.
La misma angustia de antes.
Esa sin palabras, esa sin gestos,
esa angustia sin nombre ni sonido
una vez más estrecha mi garganta.
Y no hay nada por hacer,
las ausencias premeditadas son las que más duelen.
Sólo esperar.
Esperar que estas delgadas pero fuertes manos
suelten un poco mi tráquea,
me dejen liberar algo de aire,
sacar algo de lo que llevo dentro.
Dejar afuera alguna de las lágrimas que adentro
se abaten en una marejada indomable.
Sólo eso, esperar.
Pero cada segundo duele,
absolutamente cada uno de los segundos que pasan,
duele.
Sólo eso me queda.
Dolor.
Dolor y angustia.
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