Los días me pasan, me transcurren, me atraviesan.
Lentos, como reptando,
viscosos, espesos, húmedos, insípidos.
Aunque no sé bien,
si son los días los que pasan o si soy yo.
Si el tiempo no es más que una medida,
un número que inventamos,
entonces él no pasa.
La que pasa soy yo.
Lenta, como reptando,
viscosa, espesa, húmeda, insípida.
Paso las horas, inerte,
como esperando a alguien que sé que no va a venir,
como si por no hacer nada pudiera volver a vivir cosas pasadas,
como si por lentificar el tiempo pudiera revertirlo,
como si no viviendo cosas nuevas pudiera revivir las viejas,
resucitarlas, verlas de nuevo frente a mí, expectante.
Quizás algún día entienda que hacia atrás no hay nada.
Que lo que pasó, sólo tuvo existencia en su momento,
que cada segundo que pasa es sólo mientras pasa.
Que, como decían por ahí, cada hora viene con su muerte.
Que la única manera de vivir, de vivir en serio,
es mirando hacia delante, siempre hacia delante,
y haciéndose pedazos con cada paso, con cada minuto.
Tal vez algún día lo entienda.
Hasta entonces, seguiré en esta inercia,
seguiré acá sentada, esperando lo que sé que no va a venir,
revolviendo mi cajita de recuerdos,
creyendo que puedo encerrar el tiempo en ella,
y rogando que todo esto no sea más que un sueño.
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