Más de una vez, cuando estoy confundida o no sé para dónde salir corriendo, agarro la bici y me voy hasta el río. No sé por qué. Pero mirando y oyendo el agua, después de pedalear un rato, las cosas cobran otra claridad. No voy a decir que todo me resulta evidente, pero sí mucho más simple.
Hoy hice lo mismo, agarré la bici y me fui para la costanera. Llegué y había bastante bruma sobre el agua, además el cielo estaba medio blanco, y era muy difícil distinguir cielo de río. El horizonte era casi invisible. Parecía como si la confusión que tengo en mi cabeza y corazón se hubiera traducido en cielo y río empalmados, sin horizonte, sin líneas, sin división. Eso no aportaba mucho. Salvo por un detalle. Pude distinguir claramente el firmamento de aire, del firmamento de agua por los veleros que navegaban. Viendo las velas bien blancas y brillantes, hinchadas por el viento, recortadas contra el fondo gris, enseguida se notaba un arriba y un abajo, aire y agua. Y creí entender que capaz eso es lo que tengo que hacer. Embarcarme, navegar, y ahí probablemente las cosas se clarifiquen. Como otras veces, no importa mucho el rumbo con el que zarpe, lo importante es zarpar. Después sobre la marcha iré viendo si hay que corregir la dirección o si voy bien. Pero para empezar a distinguir y ver más claro no me queda otra que ponerme en movimiento.
Eso nomás.
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